jueves, 2 de julio de 2015

Aspiraciones de una obsesa del lenguaje escrito

Llevamos ya... 13 días desde que empezaron las vacaciones. Parecían más antes de contarlos.
Tengo que aprovechar estos tres meses (bueno, tres... dejémoslo en dos y medio) para hacer algo que merezca la pena. Y no hablo de playa y fiesta. Eso no va conmigo. Tampoco hablo de "aprovechar que tengo tiempo libre para hacer limpieza", como me exige mamá. 
Yo quería -y no es que me sienta demasiado orgullosa- sacar algo de dinero para cierto concierto en 2017... pero siendo realista, soy demasiado vaga para ponerme a trabajar con este calor.
Uno de mis propósitos de Año Nuevo era "acabar todos esos proyectos literarios que tengo empezados". Es sabido desde siempre que los propósitos de Año Nuevo raramente se cumplen, pero en mi caso es peor. Como si no tuviera ya bastantes posibles futuras novelas empezadas (cuatro, más concretamente), ahora sigo añadiendo más.
Sé muy bien que para escribir un libro (uno, no cinco) hace falta no ya imaginación, la imaginación es optativa, sino datos. Para escribir algo digno de leerse hay que estar documentada. Y yo, por muy inteligente y madura que me crea, me doy cuenta de que no tengo idea alguna sobre absolutamente nada. Así no se puede escribir (por qué será que no soy capaz de terminar nada de lo que empiezo).
Desde pequeña siempre tuve muy claro mi futuro como escritora. A los ocho años releía mis escritos horrorizada y pensaba: "Cuando tenga dieciséis escribiré mejor". Ahora, a tres meses de cumplir los diecisiete, ya he abandonado esas ilusiones (que no intenciones) y me conformaré con la corrección ortográfica. Eso sí que no tiene pérdida.
Cada vez me doy más cuenta de la falta que hace la ortografía en el mundo. Leo noticias de periódicos y etcétera y me echo las manos a la cabeza. ¿Cómo alguien puede ser periodista sin saber redactar? No, redactar no. ¿Cómo puede alguien ser periodista sin saber las reglas ortográficas básicas?
En las redacciones hay correctores ortográficos y correctores de estilo, que son quienes se encargan de corregir (valga la redundancia) las noticias escritas por los periodistas. El trabajo del periodista se limita a encontrar la noticia, no tiene la obligación de saber cómo redactarla después, porque de eso se encargan otras personas. Sin embargo, si no hay correctores, entonces el periodista sí que debería al menos utilizar el del procesador de textos que tenga instalado en el ordenador o en uno de Internet. No será tan eficaz, pero es mejor que nada.
Y no sólo en los textos periodísticos. Últimamente casi todo lo que leo por ahí (y en especial en la web) tiene algún fallo tonto, probablemente consecuencia de no haber releído lo escrito antes de publicarlo (que a mí también se me olvida a veces, pero siempre paso el corrector). Tildes desaparecidas o mal puestas, espacios inexistentes y el problema más común al escribir a ordenador: pulsar una tecla que no es la letra que tú quieres.
A mucha gente le parece cansina mi obsesión por la ortografía y la gramática. Quizá porque soy incapaz de dejar de corregir a todo el mundo. Pero en fin, si esa es una de mis mayores aptitudes y existe la posibilidad de que me paguen por ello, ¿qué tengo que perder? ¡Es el mejor futuro que jamás podría haber soñado!

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