miércoles, 21 de octubre de 2015

Cosas que contar

Llevo ya más de un mes sin publicar, pero no ha sido por pereza ni por falta de cosas que contar. Simplemente no he tenido tiempo, ni para escribir ni para pensar qué escribir.
Hace poco -once días- fue mi decimoséptimo cumpleaños. Cómo lo celebré o qué me regalaron son cuestiones que carecen de importancia, pero sí que fue un buen fin de semana de cuatro días, sobretodo si tenemos en cuenta que Lindemann estrenó vídeo nuevo el día anterior, lo cual fue para mí como un "regalo indirecto".


Últimamente la mayor parte de mi tiempo la ha ocupado el instituto (como tiene que ser). Precisamente entre ayer y hoy leí el primer libro de lectura del que nos van a examinar este trimestre, en la maravillosa asignatura de Literatura Universal: Fahrenheit 451, de Ray Bradbury. Este (lo peor que nos pudo hacer la RAE fue privarnos de las preciosas tildes de los pronombres demostrativos), Un mundo feliz, de Aldous Huxley y 1984, de George Orwell, constituyen los tres principales clásicos distópicos de la ciencia ficción.

Yo no soy precisamente una fanática de la ciencia ficción, de hecho reconozco que es un género que no sé apreciar. Sin embargo, esta novela me resultó particularmente interesante, y es una de esas obras que recomiendo leer.

Fahrenheit 451 -esa es la temperatura a la que arde el papel- presenta una sociedad dominada por la tecnología y por la simplicidad; un mundo en que los bomberos queman libros en vez de apagar fuegos, en el que pensar está mal visto y en el que la violencia está por encima de la empatía (casi como ahora).

Y ese tema en concreto (el de una sociedad orgullosa de su ignorancia, que menosprecia la cultura y el pensamiento, que carece de empatía con todo lo que la rodea -exceptuando los televisores-, que vota a los políticos en función de su aspecto, etc.), por irónico que pueda parecer, me hace sentir que no estoy sola en el mundo, que hay más gente por ahí que también es consciente del peligro que corre nuestra sociedad actual de llegar a ser así, si es que aún no lo es.

Cambiando de tema, no, no tengo ninguna mochila de R+, pero próximamente es muy posible (no puedo prometer nada) que consiga una camiseta de Lindemann. Retomando el segundo párrafo, el vídeo de "Fish On" fue una agradable sorpresa para mí, aunque es bastante probable que una blanca neblina de adoración anule gradualmente mi capacidad de crítica en lo que respecta a este hombre.

La verdad es que el día del estreno del vídeo yo estaba emocionada y atemorizada al mismo tiempo. Atemorizada porque ya conocía la letra de la canción, y sabía que el vídeo podía hundirme, tirar todo mi amor por el suelo y hacer que me odiara a mí misma por haber sido una estúpida cegada por un ideal irreal fruto del fanatismo adolescente.

Cuando empecé a ver el vídeo creí que había acertado en mis sospechas, que lo mejor sería quitarlo antes de sentirme profundamente dolida y decepcionada, pero me obligué a mí misma a verlo, a no precipitarme por si acaso el vídeo cambiaba, y a ser fuerte y poder enfrentarme a la realidad con resignación.

Por casualidades de la vida, resultó que el vídeo no era tan horrible como parecía, lo cual fue una alegría tremenda para mí. Y cuando terminé de verlo, salí disparada de mi habitación, casi saltando de felicidad, y fui a enseñarle el vídeo a mi madre, por si acaso la neblina de la que hablaba antes había tergiversado mis pensamientos. Afortunadamente, puedo retrasar un poco más el momento de madurar... Quizá después del concierto de R+ en 2017, según cómo vaya todo.