sábado, 17 de marzo de 2018

Veni, vidi, vici

Contra todo pronóstico, me ha gustado Roma. Más lo ha hecho Florencia, a pesar de que solo pasé un día - y ninguna noche - allí. Me hubiese agradado poder visitar una catedral gótica propiamente dicha, y no solo el remanente de algunas catedrales mixtas, pero la verdad es que la arquitectura italiana, al menos lo que yo he visto, es una maravilla.

Puesta de sol en Roma.

Llegué a Roma el viernes por la mañana, después de dos horas en un autobús que cogí a las 3.00am y tres o cuatro en el avión, donde dormí apenas una hora escasa - y fue todo lo que descansé esa noche - y, tras dejar las maletas en el hotel, nos fuimos a caminar y subir escaleras con la guía turística hasta las 7.00pm, que volvimos al hotel a pie. Dieciséis horas de trote más lo que tardamos en llegar.

La rutina fue más o menos la misma el resto de días - salvo porque (algunas) dormíamos un poco por la noche -, con la excepción de uno en que la lluvia nos cogió por sorpresa y volvimos al hotel sobre las cinco. Aquel día estábamos a 18ºC con cielo despejado, en el tiempo anunciaban chubascos y lo que nos cayó encima fue el diluvio universal.

Un señor árabe apareció vendiendo paraguas mientras nosotros nos refugiábamos en las hornacinas del Complesso del Vittoriano (donde estaba la exposición de Monet en la que nuestra profesora pretendía que entráramos pagando la entrada de nuestro bolsillo sin avisarnos primero) y trató de venderme uno pequeño por cinco euros. Yo tenía que controlar bien lo que gastaba y necesitaba dinero para coger el metro más tarde (que también tuvimos que pagar de nuestro bolsillo sin que nadie nos dijera nada), así que le dije que no se lo compraba por más de dos. Él dijo tres y no dio el brazo a torcer, así que lo pagué conjuntamente con otra compañera porque lo necesitábamos.

Más tarde ella consiguió otro paraguas y yo me quedé con ese. Uno o dos días después el resto del grupo compró también y yo conseguí intercambiar el mío, negro, con el arcoíris de otro compañero. Se me rompió ese mismo día.

El hotel, cuyo nombre no voy a mencionar, era de 3 estrellas y tenía la ventaja de estar justo enfrente de la estación de Termini. Dormíamos agrupados en ocho habitaciones de tres y dos de cuatro en el segundo piso. Las habitaciones - al menos las de tres - eran originalmente individuales, pero lo remediaron metiendo con calzador otra cama y disfrazando un diván para que funcionase como otra más.

En nuestra habitación, en la pared, sobre las dos camas adicionales, había dos apliques con la pantalla muy sucia. Uno de ellos - no el mío - estaba muy suelto y podía caerse en cualquier momento. Las sábanas bajeras, blancas, estaban manchadas en los bordes y mi edredón tenía agujeros por quemadura y por roído. También estaba roído el borde de la puerta del armarito que guardaba la mininevera. En el armario grande, el de la ropa, había dos mantas de aspecto sospechoso que no tocamos. Las cortinas también estaban sucias y la ventana no cerraba bien. La alarma de incendios estaba envuelta en plástico; la razón no la sé.

En el baño adyacente, la bañera tenía pegados restos humanos que no salían con el agua a presión, el bidé estaba sucio y la tubería del lavabo se soltó el segundo o tercer día, por lo que tuvimos que pasar sin él y utilizar grifos alternativos para lavarnos manos, cara y dientes. No avisamos en recepción por miedo a que nos echaran a nosotras la culpa.

El desayuno, en cambio, era maravilloso y bastaba para aguantar casi todo el día solo con él. Ahora que estoy en casa, echo en falta el mocaccino doble acompañado de bizcocho de chocolate y cruasanes con nutella. Los zumos no eran gran cosa, pero el de piña sabía a piña (a diferencia del de naranja, que sabía a Frenadol).


Me siento orgullosa de poder decir que estando en Italia, aparte de haber visitado numerosas galerías, museos y catedrales y de haber visto en persona obras de arte que algunos solo pueden ver en foto, he podido probar la pizza Margarita, el spaghetti alla Carbonara, la lasagna al forno y el gelato de Panna Cotta. Del capuccino no puedo decir mucho porque tenía prisa y me quemé la lengua con él.

También me siento orgullosa de poder decir que entré en el Vaticano sin sujetador, en mi segundo día de regla y con una camiseta de Rammstein, con los que tuvieron problemas a finales del siglo pasado. Sin embargo, al personal del Vaticano le importó más el que dos de las chicas llevasen una falda "demasiado corta" - medio muslo - y las hicieron atarse fulares y pareos alrededor de la cintura para poder entrar en la basílica de San Pedro.

Vista desde un puente tras salir del Vaticano.

En Florencia, después de haber sucumbido a un gofre con chocolate de 3,50€, mientras todo el grupo estaba arremolinado en torno a una fuente con una estatua de un jabalí, frotándole el morro y tirando allí su dinero - desde un céntimo a cincuenta -, yo me giré hacia un puesto de camisetas que había a nuestra espalda. Por una ley intrínseca de mi cerebro busqué a Rammstein al ver camisetas de Nirvana y Green Day y, vaya una coincidencia, lo encontré. Además era un modelo que yo no tenía. "Es un artículo de primera necesidad", me dije, "solo tienes cinco. ¿Quién necesita comer?", y sin dudarlo un segundo me dirigí allí para preguntar el precio al señor del tenderete. Fue más o menos así:

Ángela: (en castellano) ¿Cuánto cuesta la de Rammstein?
Señor: (en italiano) Scusi?
Ángela: (en alemán) RAMMSTEIN.
Señor: (en castellano) Esas cuestan todas quince euros. 

Aclaro: la primera vez lo dije con la pronunciación castellanizada [Rámstein] en vez de la alemana [Ramshtain], que fue lo que él, al parecer, no entendió. Me hizo gracia acertar al pensar que había sido eso lo que no había comprendido, en vez de mi pregunta en castellano. 

Tras obtener la información que quería volví a dar media vuelta, gofre en mano, y le pedí a una amiga que me lo sujetara. Saqué la cartera, me giré de nuevo y comprobé que, efectivamente, el castellano no había sido el problema.

Señor: (en castellano) ¿Es para ti? ¿Qué talla?
Ángela: (en castellano) La S... o la XS, si hay.
Señor: (en castellano) No, es la S. (Saca la camiseta) Mira, así es por delante (le da la vuelta) y así por detrás. ¿Vale? 

(Estoy pensando ahora que no tiene mucho sentido aclarar en qué idioma lo dijimos si lo estoy escribiendo ya así, pero mejor que quede claro a que se pierda parte de la información.)
Florencia.

Si algo comprobé en seis días que pasé allí es que, en ciudades turísticas, saber idiomas es casi totalmente innecesario. En Roma y Florencia todo el mundo - excepto los turistas - me entendió y respondió en español. De hecho, hubo un momento muy gracioso en Florencia: yo estaba esperando por unas amigas que a su vez estaban esperando en una cola. Una chica se me acercó y me preguntó en inglés en qué cola estaba esperando yo (había cuatro). Sin pensar, le contesté en castellano y al darme cuenta se lo repetí en inglés; la chica me respondió en castellano: era española. Resulta un poco triste viajar al extranjero y que las únicas personas con las que hablas en otro idioma de los que has aprendido para justamente eso sean de tu misma nacionalidad.

Otra cosa que comprobé al salir del país es que todo el mundo es guapo fuera de España. En especial la Aeronautica Militare o, como los rebautizó una de mis compañeras de habitación, los "strippers navales". La chica del asiento de enfrente en el tren de vuelta de Florencia coincidió conmigo: "aquí todos son guapos", dijo, "los italianos, las italianas, los guiris, las guiras...".


Y bueno, en resumen, lo que tengo que decir acerca de mi viaje a Italia en calidad de estudiante de Historia del Arte es: Miguel Ángel, gracias por haber existido 💖.

'David' en la Galleria dell'Accademia (Florencia).